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De Los Hombres y Los Rompimientos Amorosos

























De los hombres y los rompimientos amorosos
Por pepe garcía


Toma 1.


En esta primera entrega quisiera marcar el tono de esta columna que mi adorada Gina me permitió escribir en este nuevo espacio. Surge porque hace unos meses se nos ocurrió aterrizar y publicar algunas reflexiones derivadas de las discusiones que tenemos sobre nuestras feminidades y masculinidades -en muchos aspectos ella es como un vato y viceversa. Aquí queremos abordar algunos temas, de manera intimista y subjetiva, donde comúnmente hay enfoques diversos e incluso contrastantes dependiendo del género -y demás condiciones- de quien lo mire, y lo escribiré de la mano con Gina y el resto de mi grupo compacto de mejores amigas, quienes me ayudan a confrontar y deconstruir mi sesgo heteropatriarcal, a ponerme en contacto con mi lado femenino -quizá un poco amplio, coincidirían ellas, y a repensar las cosas bajo la perspectiva de género..


Toma 2.


Bueno, entonces estábamos en los hombres y el rompimiento. Qué cosa tan más jodida. Recuerdo lo  hecho mierda que quedé cuando me separé de mi ex novia con la cual estuve ocho años, cuatro viviendo juntos, y con quien me veía compartiendo el resto de mi vida, y hasta se me pone la piel chinita al escribirlo.


Hace unos días platicaba con Lara, La Pelos y Pao sobre cómo las mujeres parecieran sobrellevar la ruptura de manera más digna y superarla más rápido. A la conversación se sumó Majid, el prometido de Pao, un iraní en sus treintas, coincidiendo con la mesa en que a los hombres, cuando realmente amamos a nuestra pareja, nos cuesta más trabajo superarlo, tardamos más, pareciera que sufrimos más.


Y sí, creo que sí parece que sufrimos más y tengo dos posibles explicaciones para ello. Una es que efectivamente sufrimos más porque los rompimientos nos agarran en curva, porque no los procesamos paulatinamente y anteriormente a que sucedan. “No lo vi venir”, decía su charro negro. “Es que me sacó la roja sin sacarme la amarilla”, sollozaba su servilleta. Y Gina en cambio me decía, como suele hacerlo sieeeempreeee: “se te indicó”. Y no, no es que Gina o mis hermanas tengan poderes de clarividencia. Lo que pasa es que ellas, como muchas otras mujeres, parecen anticiparse a estas problemáticas de pareja por una muy sencilla razón: lo verbalizan,, lo comparten, lo analizan y lo discuten  con sus amigas. Creo que ellas generan con mayor facilidad que los hombres estos espacios de confianza, generalmente con otras amigas pero también con sus amigos, para hablar de su vida privada, de sus sentimientos, de lo que les duele, lo que les preocupa, de sus sueños, sus amores y desamores. Eso les permite prever las situaciones, darle forma a sus ideas y sentimientos gradualmente, aprovechar las experiencias de sus círculos sociales y la inteligencia colectiva. En resumen, tienen mejor información, más referentes y manejan los escenarios con más inteligencia, por la sencilla razón de que lo reflexionan y se preparan.


Creo que es más común que las mujeres terminen las relaciones justamente porque ponen a prueba, pulsan y reafirman constantemente lo que piensan y sienten en estos espacios de confianza y apoyo, algo que los hombres tradicionalmente no hacemos (y sobre eso ahondaré en otra ocasión).


Creo que lo anterior no se contrapone con la idea común de que sufre menos el que decide terminar la relación pero también creo que son sufrimientos distintos, en distintas dosis, en distintos momentos. La parte que decide romper con una relación es en realidad quien formaliza que ya está rota, quien puso en orden su mente y sus emociones, y fue capaz de darse cuenta antes que el otro que esa relación ya había terminado y solo había que finiquitarla. Por el contrario, la parte que no se dio cuenta o no se hizo consciente antes del estado de su relación, se siente sorprendido por la ruptura y por ello el shock es más fuerte. Y sí, creo que comúnmente el género masculino  está en el segundo caso.


Mi otra idea de por qué a quienes se nos identifica como hombres -me tomo la licencia de la generalización y no estamos usando datos ni análisis científico para demostrarlo- parece que “sufrimos más” los rompimientos de cierta manera, es que en estos casos, y por el contrario de casi todos los demás, estamos culturalmente autorizados a demostrar dolor por la pérdida de la mujer amada. Sí, nos enseñan a sufrir, a patalear, a emborracharnos y a echarle sal a la herida cuando terminamos relaciones. Y cantamos y sentimos propias canciones como los siguientes bonitos ejemplos:


“... y siempre me dejaron las mujeres,
llorando y con el alma hecha pedazos,
mas nunca les reprocho mis heridas,
se tiene que sufrir cuando se ama,
las horas más hermosas de mi vida,
las he pasado a lado de una dama.
Pudiéramos morir en las cantinas,
y nunca lograríamos olvidarlas,
mujeres, o mujeres tan divinas,
no queda otro camino que adorarlas.”
***

Te quiero.
Lo digo como un lamento,
como un quejido que el viento se lleva por donde quiera.
Te quiero,
que pena haberte perdido,
como quien pierde una estrella que se le va al infinito.
Quiero que se oiga mi llanto como me dolió perderte después de querete tanto.
Ay, después de quererla tanto, Diosito dame consuelo para sacarme de adentro esto que me está matando...


De lo que desgraciadamente no hablan estas canciones, ni muchas otras que son referentes culturales mexicanos, es que en teoría debemos aprender de los errores que cometemos como pareja para no volver a cometerlos. Tampoco hablan generalmente de la responsabilidad que uno tiene o por qué terminan las relaciones. Lo que se nos enseña es que hay que intentar una y otra vez, a ver con cuál sí sale, pareciendo inevitable e incluso deseable, enamorarse de nuevo, y de nuevo romper, y de nuevo sufrir.


*Gracias a mis editoras y en especial a mi Morena preciosa, les estaré compartiendo frecuentemente más temas en este espacio. 

Pepe


P.D. Acá les dejo la playlist de Spotify que armé con motivo de esta entrega: Sal en la herida
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